sábado, 18 de mayo de 2013

A solas con Federico

Federico, mi querido Federico, que has capturado mi sueño en el vacío de la noche. Todavía suena el tranvía del tiempo, en tus manos de cobre y canela. Yo soy un guijarro del camino, donde se posa la madreselva para cubrir mis heridas. Mi Federico, con ojos de carbón quemado y lagrimas de cartón, hemos perdido el cantar de los pájaros, cuando abrimos la ventana del pasado y el viento no soplaba. Aún tengo tiempo de perderme entre tus dedos y no dejar escapar la vida. Fuguémonos Federico, donde no se llore y podamos construir la catedral de la infancia, con nuestra memoria, con esa arena que cubría nuestros cuerpos. Eres tú Federico el que camina con mi sombra cuando estoy acabada, eres tú el que llamas a mi puerta y dejas que suene el violín olvidado, el que recibe mi cuerpo de cristal y haces flores para vivir de nuevo. Federico, a solas contigo, es una conquista...
 
Raquel Viejobueno


Federico, mi querido Federico, no te dije que he mudado de alma y ahora camino sin rumbo. Te fuiste y las amapolas han llorado en el bosque que dibujamos en la habitación. No tengo abrigo para este frío, ni ganas de seguir. Sopla tu llanto entre mi cuello, sobre mis manos arrebatadas de ausencias. No he aprendido a vivir sin susurrar tu nombre, ni perdonar a la vida. Querido Federico, ya no puedo escribir tus lejanías en tus ojos, ni acariciar el manto de tu llanto. Ven a morir reviviendo en mi regazo, en el dormir estático de un sueño.
No quiero vivir Federico, no sin poder escribirte y decirte que las imágenes del sillón se burlan de mí, y hay cascabeles en mis manos.
Llévame, Federico, donde no recuerde y seamos sámara que acaricie el viento, juntos, en otro mundo, en otro mar, en otro instante.
Federico, me moriré rozando tu pelo de seda y tu sonrisa de aromas. 

 Raquel Viejobueno


Sé Federico que estás muriendo, entre las calles de los años. Sé que nunca recobraré los días que pasaron por mi piel, y sé que no encontraré tus huellas.
Que alguien me lleve a la alameda donde dejemos tatuado el cantar de los ojos. Mi pluma está de luto Federico. Moriré esta noche, sin recordar que tengo que vivir mañana.

Raquel Viejobueno

 


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