sábado, 4 de mayo de 2013

Luna de miel triunfal


 


Cuando después de la ceremonia y del banquete efectuamos nuestra entrada en el apartamento, iniciando así nuestra luna de miel, tropecé con el vestido de mi mujer, causando una caída tremenda, la cual nos transporto a los dos al fondo del salón, donde quedamos tendidos en el suelo, yo boca abajo, junto a un bulto blanco de tela sedosa, donde no podía localizar a mi mujer por ninguna parte. Tan sólo oía unos gemidos de dolor que procedían del fondo de aquella montaña de seda y tul.

Intenté incorporarme, pero mi zapato de charol brillante, ensuciado suavemente por gotas de champaña, se había enganchado con la alfombra de la tía de mi mujer. ¡Un gran comienzo!, pensé.

Poco a poco aquella montaña indescriptible de tela fue cogiendo forma humana y en algunos minutos pude ver a Gloria sentada en el suelo con las piernas abiertas y con todo su pelo tapándola la cara .Ahora ya no oía gemidos, sino insultos al viento que todos tropezaban sobre mí, causándome una sensación de inutilidad inmensa.

Gloria se levantó lentamente colocándose el vestido para no volver a tropezar, mientras tanto yo continuaba tendido en el suelo, observando la gran entrada triunfal de nuestra luna de miel.

Nuestro acogedor apartamento había quedado muy bonito. Quizá algo pequeño, aunque para dos personas no es necesario mucho espacio. Con veintidós metros cuadrados tenemos suficiente, pensaba, y lo pienso ahora después de diez años de matrimonio. Todo sigue igual, nada a cambiado, incluso esta mañana cuando entraba por la puerta, tropecé con la alfombra de la tía Raimunda, transportándome al fondo del apartamento, boca abajo, como hace exactamente diez años. Lo único novedoso era que no veía la montaña de seda y tul junto a mí, pero si observaba a mi mujer sentada en el sillón con cara  violenta, con sesenta kilos de más gritándome que era un inútil. Tampoco llevaba zapatos de charol, sino unas alpargatas de esparto las cuales hacían ampollas en los pies. Pero sin embargo con la experiencia aprendí a despreocuparme de los problemas o por lo menos a que no causaran consecuencias muy graves, así pues también observaba el pedazo de espuma pegado a la pared, colocado hace muchos años, para amortiguar el golpe, cada vez que entraba a mi acogedor apartamento.

Realmente si mi recuerdo comienza a despertar, deduzco que yo era un hombre feliz antes de casarme con Gloria. Era feliz con mi trabajo de representante de lencería. Era feliz paseando los domingos por el parque. Era feliz imaginando que cuando llegase mi hora de contraer matrimonio sería un hombre afortunado. En aquel entonces observaba a Gloria, hermosa, siempre coqueta, siempre arreglada y empaquetada en aquellos vestidos ceñidos al cuerpo. Ahora después de diez años, la observo inquieto, y cada tarde al llegar del trabajo tropiezo con la alfombra de tía Raimunda, que ocupa todo el pequeña salón. ¡Qué gran alfombra!. Pero mi vista tropieza con los centenares de rulos que porta el pelo de mi mujer, y tropieza mi ansiedad con los 120 kilos de una persona muy distinta, tan distinta que en ocasiones dudo si la conozco de algo. Pero sin embargo todavía continúa reprochándome la misma entrada triunfal de todos los días, al llegar del trabajo.

Con todas estas circunstancias, tan sólo mi mente podía pensar en aspirar a una separación, por supuesto no dolorosa, pero siempre una separación. Sería un final y como todos los finales llenos de tristeza. Quizá por la perdida de tiempo, o quizá por tantas ilusiones y esperanzas ahogadas en un mar turbulento. Pero no podía acostumbrarme a pensar que durante toda mi vida tropezaría con la misma alfombra, observaría no aquella montaña de seda, sino de desilusiones que acorralaban mi corazón.

Así pues, después de armarme de valor, la separación se llevo a cabo, fue un torbellino pero después de todo lo mejor. Yo me quedé con nuestro apartamento y Gloria se fue a vivir con la tía Raimunda y por supuesto con al gran alfombra.

Ahora cada día que llego del trabajo entro en casa sin tropezar con nada, como si fuera flotando en el aire y la vida me ha cambiado. Llego ansioso por coger el teléfono cada vez que Marta me llama. Una mujer excelente, quizá llegue a terminar todo bien con ella, como esa historia de amor soñada que hace años recreaba en mi mente. Lo único que me preocupa es que después determinar de hablar con Marta por teléfono, tropiezo con la planta que hay al lado de la mesa. Quizá tenga que esperar más tiempo, porque el amor tiene muchas caras y yo podría estar viendo la equivocada.

 

 

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