Cuando después de la
ceremonia y del banquete efectuamos nuestra entrada en el apartamento,
iniciando así nuestra luna de miel, tropecé con el vestido de mi mujer,
causando una caída tremenda, la cual nos transporto a los dos al fondo del
salón, donde quedamos tendidos en el suelo, yo boca abajo, junto a un bulto
blanco de tela sedosa, donde no podía localizar a mi mujer por ninguna parte.
Tan sólo oía unos gemidos de dolor que procedían del fondo de aquella montaña
de seda y tul.
Intenté incorporarme, pero
mi zapato de charol brillante, ensuciado suavemente por gotas de champaña, se
había enganchado con la alfombra de la tía de mi mujer. ¡Un gran comienzo!,
pensé.
Poco a poco aquella
montaña indescriptible de tela fue cogiendo forma humana y en algunos minutos
pude ver a Gloria sentada en el suelo con las piernas abiertas y con todo su
pelo tapándola la cara .Ahora ya no oía gemidos, sino insultos al viento que
todos tropezaban sobre mí, causándome una sensación de inutilidad inmensa.
Gloria se levantó
lentamente colocándose el vestido para no volver a tropezar, mientras tanto yo
continuaba tendido en el suelo, observando la gran entrada triunfal de nuestra
luna de miel.
Nuestro acogedor
apartamento había quedado muy bonito. Quizá algo pequeño, aunque para dos
personas no es necesario mucho espacio. Con veintidós metros cuadrados tenemos
suficiente, pensaba, y lo pienso ahora después de diez años de matrimonio. Todo
sigue igual, nada a cambiado, incluso esta mañana cuando entraba por la puerta,
tropecé con la alfombra de la tía Raimunda, transportándome al fondo del
apartamento, boca abajo, como hace exactamente diez años. Lo único novedoso era
que no veía la montaña de seda y tul junto a mí, pero si observaba a mi mujer
sentada en el sillón con cara violenta,
con sesenta kilos de más gritándome que era un inútil. Tampoco llevaba zapatos
de charol, sino unas alpargatas de esparto las cuales hacían ampollas en los
pies. Pero sin embargo con la experiencia aprendí a despreocuparme de los problemas
o por lo menos a que no causaran consecuencias muy graves, así pues también
observaba el pedazo de espuma pegado a la pared, colocado hace muchos años,
para amortiguar el golpe, cada vez que entraba a mi acogedor apartamento.
Realmente si mi recuerdo
comienza a despertar, deduzco que yo era un hombre feliz antes de casarme con
Gloria. Era feliz con mi trabajo de representante de lencería. Era feliz
paseando los domingos por el parque. Era feliz imaginando que cuando llegase mi
hora de contraer matrimonio sería un hombre afortunado. En aquel entonces
observaba a Gloria, hermosa, siempre coqueta, siempre arreglada y empaquetada
en aquellos vestidos ceñidos al cuerpo. Ahora después de diez años, la observo
inquieto, y cada tarde al llegar del trabajo tropiezo con la alfombra de tía
Raimunda, que ocupa todo el pequeña salón. ¡Qué gran alfombra!. Pero mi vista
tropieza con los centenares de rulos que porta el pelo de mi mujer, y tropieza
mi ansiedad con los 120 kilos de una persona muy distinta, tan distinta que en
ocasiones dudo si la conozco de algo. Pero sin embargo todavía continúa
reprochándome la misma entrada triunfal de todos los días, al llegar del
trabajo.
Con todas estas
circunstancias, tan sólo mi mente podía pensar en aspirar a una separación, por
supuesto no dolorosa, pero siempre una separación. Sería un final y como todos
los finales llenos de tristeza. Quizá por la perdida de tiempo, o quizá por
tantas ilusiones y esperanzas ahogadas en un mar turbulento. Pero no podía
acostumbrarme a pensar que durante toda mi vida tropezaría con la misma
alfombra, observaría no aquella montaña de seda, sino de desilusiones que
acorralaban mi corazón.
Así pues, después de
armarme de valor, la separación se llevo a cabo, fue un torbellino pero después
de todo lo mejor. Yo me quedé con nuestro apartamento y Gloria se fue a vivir
con la tía Raimunda y por supuesto con al gran alfombra.
Ahora cada día que llego
del trabajo entro en casa sin tropezar con nada, como si fuera flotando en el
aire y la vida me ha cambiado. Llego ansioso por coger el teléfono cada vez que
Marta me llama. Una mujer excelente, quizá llegue a terminar todo bien con
ella, como esa historia de amor soñada que hace años recreaba en mi mente. Lo
único que me preocupa es que después determinar de hablar con Marta por
teléfono, tropiezo con la planta que hay al lado de la mesa. Quizá tenga que
esperar más tiempo, porque el amor tiene muchas caras y yo podría estar viendo
la equivocada.
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