sábado, 4 de mayo de 2013

Aristóteles, un maestro de miles de años


Tomaremos como uno de los veleros más sólidos a Aristóteles, La famosa poética de este autor fue, es y será posiblemente los pilares de toda literatura.  Con ella, nos conduce, de una forma clara y explicativa, lo que es la literatura y todas sus raíces.

La definición aristotélica, fue extraída de la pregunta, quizá más conocida, entre los círculos literarios ¿Es el poeta un imitador?, pregunta, que sin duda se puede trasladar a cualquier tejedor de cualquier arte. 
Aristóteles dejó constancia en su poética que el poeta (o todos los artistas de todas las demás artes) son imitadores, pero para ello tienen que imitar de tres maneras posibles; bien representando las cosas como eran o son, bien como se dice o se cree que son, o en ultimo caso como deben de ser. Estas tres formas de imitar se expresan con la elocución que incluye la palabra extraña, la metáfora y las alteraciones del lenguaje. Estos malabarismos a los que alude el filósofo, sólo se les permite a los ensalzados poetas.

Así pues, la definición de poesía para Aristóteles se podría resumir en tres premisas:

-          Imitación, como todo arte.

-          Uso de un lenguaje especial.

-          Estar en la posesión de unas reglas específicas.

Hinquemos más la huella en su premisa imitación. Si todo poeta emita todo aquello que ve, fue o debe ser, sin duda alguna estamos ante verdaderos observadores, ojos de un mundo donde encierran otros mundos, realidades que son propias y merecedoras de contar y dejar como máximo regalo, a un lector ávido de saber.

Lo interesante está en ser capaz de ver, observar y después componer, con formas propias, utilizando un lenguaje especial, y con unas reglas específicas, un poema, o composiciones que se pueden convertir en lo que queramos, debemos o deseemos hacer transmitir al lector.

¿Parece fácil? No, sin duda, no. Es imprescindible, no sólo contar lo que los demás individuos observan, sino lo que no son capaces de recoger otras pupilas. Allí, en el instante desapercibido del mundo, debe estar el poeta para dejar constancia con su pluma de la amplitud de su saber ver y observar.

Sin duda, Aristóteles es un maestro para todos, y el poeta está en posesión de uno de los sillones más comprometidos del teatro de la vida. No sólo debe ser imitador, sino captador, y es, sin duda, un vividor de la propia esencia.

Así pues, no es sólo necesario saber lo que se ve, sino lo que se debería ser y no vemos.

Imitemos pues este mundo, cincelemos una escultura de las realidades que divagan a nuestro alrededor y juguemos con la multitud de palabras y los vestidos bellos que las arropan.

Raquel Viejobueno.  

 

Documentación.

-           Documentación: José Domínguez Caparrós. “Teoría de la literatura”  Editorial universitaria Ramón Areces. Tercera reimpresión noviembre 2007. Madrid.

-           DRAE.

 

 



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