sábado, 4 de mayo de 2013

El último caballero


EL ÚLTIMO CABALLERO

Rafael Santos Espumosa, último caballero del batallón del recuerdo. Hoy ha fallecido con 84 años, y con él, los demás caballeros que fueron cayendo por mandato de vida. A ellos debo mis crónicas de la Guerra Civil Española, más de 400 folios que desgranan la vida y miserias, luchas y sentimientos, miedos, hambre, pero sobre todo, ganas de vivir.

A Emilio por sus palabras para construir “Mientras llora la tierra” crónica de la Revolución minera en Asturias del 34, a Paco “Mientras el trébol duerme” a Gregorio “Que silencien las campanas” a Paco Blanco “El miedo en la casaca” , a Pedro por “Somosierra”y a ti Rafael “Al otro lado del espejo”. Durante casi diez años, alimentando un cuaderno que se llenó de todo el compendio que es la vida, y que ahora queda más solitario que una hebra de avena en mitad de la brisa.

Vosotros habéis sido el mejor batallón, no sólo del antes sino del siempre. Me habéis dejado con el tiempo carcomido en este 12 de febrero, pero me quedo con tu recuerdo de juventud, del que te reías tanto por el olor a manzanas asilvestradas.

Hoy la tristeza es una espada terriblemente poderosa, que rompe el día y hace aullar la noche escondida.

Rafael, el último caballero con mirada envejecida y sonrisa de caramelo. Que suene ese amor que te salvó la vida, y tanto me hizo  a mí comprender.

 

Al otro lado del espejo.

“Rafael luchó por su libertad. Una libertad que todavía no entendía, pero que seguía buscando desde entonces. Luchó por poder vivir junto a Martina, aquella muchacha de los Espumosa, con cabellos largos y andares de cisne, con su rostro sonrosado y su perfume eterno de manzanas silvestres. Martina con las faldas impecablemente planchadas, ajustadas a sus curvas y a su gracia. Aquella muchacha que le costaba pronunciar su nombre y lo escribió cincuenta veces en la cortezas de los álamos, mientras nadie le veía, y prefería imaginar las letras de su nombre danzando en sus labios a pronunciarlo y perderlo para siempre, hundido allí, en la que se hacía pasado. La veía cruzando la  calle con su pelo bien peinado, mientras trazaba en su corazón una frase que jamás pudo borrar, aquella que no podía nombrar porque prefería verla en el decorado de todos los días que estropear un simple momento de su imagen.”

Raquel Viejobueno

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