sábado, 4 de mayo de 2013

Atrincherada en la memoria


Primera crónica 
(julio de 2012)
He salido de Madrid, llevo conmigo la mochila azul y unas botas del cuarenta y uno, las únicas que puedo ponerme. Recogí parte de los papeles que reposaban en el escritorio con el objetivo de atravesar Somosierra, andar por las laderas, donde un día fueron y son tumba de muchos y reposo de otros.

Las guerras son enfermedades del hombre, de la ignorancia por conquistar territorios que son de todos, de cada uno de nosotros, de los que llegarán en días venideros y de los que se fueron dejando su legado. 

Llevo el mamotreto con algún que otro apunte, he dibujado en él las ilusiones de encontrar información para una crónica que es fantasma todavía, y debo darle cuerpo, vestirla y volverla a desnudar para que su figura me deje claro el color del pasado.

Me obsesionó de siempre la capacidad humana por armarse de artillería y salir a guerrear historias que no son fruto más que de su propia destrucción.

Buitrago de Lozoya es mi destino.  Le vi mudo en la palabrería y en los libros que poca gente lee. Quise lanzarme a sus brazos y ser testigo, en la distancia, pero testigo de un ayer que no termina de morir.

     Difícil empresa la de intentar coger el tiempo y la memoria en un puño, pero la verdad es que he aprendido mucho y sobre todo he estado en los pueblos que deseaba estar. Montejo, La Acebeda, Robregordo, Horcajo, Piñuecar, donde he ido a ver la Peña del Alemán, Pradena, Modarcos, Aoslos, Villavieja de Lozoya, Gascones. El recorrido ha sido muy sencillo pero la verdad que muy bello. En todos estos pueblos, casi aldeas, porque no decirlo, no existe el recuerdo, porque como bien dicen, ellos ni lo escribieron. No he encontrado casi a nadie que me pudiera decir de palabra su parecer el tema. Pero el destino cuando se le antoja, se porta bien y puso en mi camino un testigo. Uno de los días tomando café en un mesón, había un señor guardando los años en una alforja y me lancé a preguntar. Tuve suerte porque cogiendo su copa de vino blanco se ha aproximado a mí y me dijo con rostro de cómplice

-   Hable bajo,  todavía existe gente que no ve muy bien el tema.  Buitrago tiene muchas historias entre ese río y las piedras.

Rodrigo,  que pareciera un ilusionista explicándome con detalle su parecer, me recordó, en tan difícil empresa a su tocayo y no olvidado Mío Cid, que con valentía emprendó conquista para coser los rotos de la memoria, que otros parecían querer disfrazar. Hombre de 81 años, funcionario e hijo de un guardia civil asesinado  en la Guerra civil, mejor dicho en la posguerra, la cual  me describió con una pausa que quitaba el hipo,  los odios y las miserias. Me contó de asesinatos, de aquellos que torcían la esquina y sin saberlo iban al patíbulo, o simplemente dejaban de ser.  Bebió de su copa de vino blanco, humedeciendo los labios y continuó, acercándose a mí, casi musitando el sonido, sólo perceptible para las moscas que se posaban en la barra.

-         ¿Sabe usted? Ese río tan hermoso que vemos. Al salir de aquí, no fueron siempre de ese color que ve usted. Era rojo, las aguas se tornaron así de la masacre, de la matanza. A cada diez pasos se podía ver un muerto, daba igual del bando que fuera.  Joven aquí, en la misma plaza donde ahora juegan niños, aparcaban los camiones y se llevaban a las familias enteras, mujeres, hombres, jóvenes, pequeños, daba igual. Jamás se las volvía a ver.

Con los dedos envejecidos acariciaba el borde de la copa, y de vez en cuando respiraba más profundamente de lo normal, supuse que era para quitarse el malestar de la palabra, y no dejar escapar el rencor que podría estar latente y despertar de un momento a otro.

Nos quedamos mirando. Por unos minutos no se oyó nada.

-         Tómese algo. La conversación me entretiene.

-         Debería de coger apuntes ¿puedo?

-         Hija, es usted libre de hacer lo que desee.

 

Continúo hablando, pero antes volvió a saborear la copa.

-         Esta fabulosa muralla estaba repleta de armamento entre sus huecos. Sí, entre las piedras depositaban todo tipo de munición. Fue injusto el corte político, se hizo desde la locura y el odio. Pero fíjese bien, fue culpa de ambos bandos, ninguno supo respetar las ideas del opuesto. Mucha hambre, decadencia y miseria hasta más pasado los años 50.  Y lo peor, la barbarie que pasaron los inocentes, que eran muchos. Familias enteras quedaron divididas por el corte imaginario y político. Unos republicanos, otros nacionalistas. ¿Y qué más daba hija? Sin embargo tuvieron que luchar entre ellos sin saber por qué guerreaban.

Transcurrió casi toda una mañana, y Rodrigo iba dibujando con sus recuerdos imágenes que me dejaban en silencio sin poder decir nada.

-         Tomaré otro vino, se me secó la boca.

Se sacudió del cuerpo el cansancio del día y continuó como si la conversación fuera ya obligada, así, de la misma manera que una puerta se abre y es imposible de cerrar, rememoró lo que, para él, fue el pasado.

 

-         Para los nacionales su única promesa era conquistar Madrid, por ese motivo deseaban con fuerza conquistar Somosierra, era el paso a la capital. Hacerse con el pantano de Lozoya, implicaba dejar sin agua a los habitantes de tan gran  ciudad. La batalla de esta sierra que fue una de las más duras y épicas de la guerra civil. Vaya usted a la sierra del Alemán, allí se pueden ver las trincheras, incluso pude meterse en alguna de ellas. Odio, siempre el odio y el rencor… siempre.

Rodrigo fue bajando el tono de voz hasta quedarse sin palabras. Comprendí que era tarde. Le dejé pagado  dos vinos y me despedí de él con ánimo de vernos a mi vuelta de Milagros, donde me esperaba la información sobre una de las fosas comunes más numerosa. Cogí la mochila y salí del establecimiento. Me subí en el coche, nos sin antes abrocharme la bota del cuarenta y uno, y comprendí que Somosierra tenía muchos secretos escondidos, pero eso era ya otra historia.  […]

 

 

 

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