Primera crónica
(julio de 2012)
He salido de Madrid, llevo
conmigo la mochila azul y unas botas del cuarenta y uno, las únicas que puedo
ponerme. Recogí parte de los papeles que reposaban en el escritorio con el
objetivo de atravesar Somosierra, andar por las laderas, donde un día fueron y
son tumba de muchos y reposo de otros.
Las guerras son enfermedades
del hombre, de la ignorancia por conquistar territorios que son de todos, de
cada uno de nosotros, de los que llegarán en días venideros y de los que se
fueron dejando su legado.
Llevo el mamotreto con algún
que otro apunte, he dibujado en él las ilusiones de encontrar información para
una crónica que es fantasma todavía, y debo darle cuerpo, vestirla y volverla a
desnudar para que su figura me deje claro el color del pasado.
Me obsesionó de siempre la
capacidad humana por armarse de artillería y salir a guerrear historias que no
son fruto más que de su propia destrucción.
Buitrago de Lozoya es mi
destino. Le vi mudo en la palabrería y
en los libros que poca gente lee. Quise lanzarme a sus brazos y ser testigo, en
la distancia, pero testigo de un ayer que no termina de morir.
Difícil empresa la de intentar coger el
tiempo y la memoria en un puño, pero la verdad es que he aprendido mucho y
sobre todo he estado en los pueblos que deseaba estar. Montejo, La Acebeda,
Robregordo, Horcajo, Piñuecar, donde he ido a ver la Peña del Alemán, Pradena,
Modarcos, Aoslos, Villavieja de Lozoya, Gascones. El recorrido ha sido muy
sencillo pero la verdad que muy bello. En todos estos pueblos, casi aldeas,
porque no decirlo, no existe el recuerdo, porque como bien dicen, ellos ni lo
escribieron. No he encontrado casi a nadie que me pudiera decir de palabra su
parecer el tema. Pero el destino cuando se le antoja, se porta bien y puso en
mi camino un testigo. Uno de los días tomando café en un mesón, había un señor
guardando los años en una alforja y me lancé a preguntar. Tuve suerte porque
cogiendo su copa de vino blanco se ha aproximado a mí y me dijo con rostro de
cómplice
- Hable bajo,
todavía existe gente que no ve muy bien el tema. Buitrago tiene muchas historias entre ese río
y las piedras.
Rodrigo, que pareciera un ilusionista explicándome con
detalle su parecer, me recordó, en tan difícil empresa a su tocayo y no
olvidado Mío Cid, que con valentía emprendó conquista para coser los rotos de
la memoria, que otros parecían querer disfrazar. Hombre de 81 años, funcionario
e hijo de un guardia civil asesinado en
la Guerra civil, mejor dicho en la posguerra, la cual me describió con una pausa que quitaba el
hipo, los odios y las miserias. Me contó
de asesinatos, de aquellos que torcían la esquina y sin saberlo iban al
patíbulo, o simplemente dejaban de ser.
Bebió de su copa de vino blanco, humedeciendo los labios y continuó,
acercándose a mí, casi musitando el sonido, sólo perceptible para las moscas
que se posaban en la barra.
-
¿Sabe usted? Ese río tan hermoso que vemos. Al
salir de aquí, no fueron siempre de ese color que ve usted. Era rojo, las aguas
se tornaron así de la masacre, de la matanza. A cada diez pasos se podía ver un
muerto, daba igual del bando que fuera.
Joven aquí, en la misma plaza donde ahora juegan niños, aparcaban los
camiones y se llevaban a las familias enteras, mujeres, hombres, jóvenes,
pequeños, daba igual. Jamás se las volvía a ver.
Con los dedos envejecidos
acariciaba el borde de la copa, y de vez en cuando respiraba más profundamente
de lo normal, supuse que era para quitarse el malestar de la palabra, y no
dejar escapar el rencor que podría estar latente y despertar de un momento a
otro.
Nos quedamos mirando. Por unos
minutos no se oyó nada.
-
Tómese algo. La conversación me entretiene.
-
Debería de coger apuntes ¿puedo?
-
Hija, es usted libre de hacer lo que desee.
Continúo hablando, pero antes
volvió a saborear la copa.
-
Esta fabulosa muralla estaba repleta de
armamento entre sus huecos. Sí, entre las piedras depositaban todo tipo de
munición. Fue injusto el corte político, se hizo desde la locura y el odio.
Pero fíjese bien, fue
culpa de ambos bandos, ninguno supo respetar las ideas del opuesto. Mucha
hambre, decadencia y miseria hasta más pasado los años 50. Y lo peor, la barbarie que pasaron los
inocentes, que eran muchos. Familias enteras quedaron divididas por el corte
imaginario y político. Unos republicanos, otros nacionalistas. ¿Y qué más daba
hija? Sin embargo tuvieron que luchar entre ellos sin saber por qué guerreaban.
Transcurrió casi toda una mañana, y Rodrigo iba dibujando con
sus recuerdos imágenes que me dejaban en silencio sin poder decir nada.
-
Tomaré
otro vino, se me secó la boca.
Se sacudió del cuerpo el cansancio del día y continuó como si
la conversación fuera ya obligada, así, de la misma manera que una puerta se
abre y es imposible de cerrar, rememoró lo que, para él, fue el pasado.
-
Para
los nacionales su única promesa era conquistar Madrid, por ese motivo deseaban
con fuerza conquistar Somosierra, era el paso a la capital. Hacerse con el
pantano de Lozoya, implicaba dejar sin agua a los habitantes de tan gran ciudad. La batalla de esta sierra que fue una
de las más duras y épicas de la guerra civil. Vaya usted a la sierra del
Alemán, allí se pueden ver las trincheras, incluso pude meterse en alguna de
ellas. Odio, siempre el odio y el rencor… siempre.
Rodrigo fue bajando el tono de voz hasta quedarse sin
palabras. Comprendí que era tarde. Le dejé pagado dos vinos y me despedí de él con ánimo de
vernos a mi vuelta de Milagros, donde me esperaba la información sobre una de
las fosas comunes más numerosa. Cogí la mochila y salí del establecimiento. Me
subí en el coche, nos sin antes abrocharme la bota del cuarenta y uno, y
comprendí que Somosierra tenía muchos secretos escondidos, pero eso era ya otra
historia. […]
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