Hay un zumbido que provoca abandono en algún paraje del
pensamiento. Las arboledas perdidas queman sus últimos días en la escasez de
futuro. Han puesto jaulas, aquellas aves que un día cantaban al alba, hoy son
sombras, vagabundos que arropan los sueños en cartones de cristal. Al borde, en
la línea, sobre un hilo, he encontrado un leve ruido que desprende gritos. La
lluvia se ha secado, el viento no camina, el cielo se ha caído y moribundo reza
a un Dios que gira el rostro. Sólo se ven los nidos en soledad en la alameda,
junto al río, espejo que dio de beber a las ilusiones rezagadas. Después de
todo, sólo hay que volverse loco para despertar a la cordura del espejismo, a
la imaginaria, para creer en la arboleda perdida...
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