Heme aquí acurrucada en
el asombroso momento de no entender. Y esto no es otra cosa, sino la avaricia
ávida de ganas de nutrirse, la que llama a la puerta. No pienso abrir, hace
años quedé sin forma de poder, ni siquiera entrever dichas aperturas, donde sin
celo, y sin dueño, me parecían sólo alfombras rugosas, y poco visibles. ¿Cómo
medir, o cómo enseñar la dicha de vivir? ¿Cómo se mide un sentimiento?, ¿cómo
se pesa una diminuta gota de agua, que puede llegar inundar la soledad y la
desazón, o quitarte la sed de la vida? Y lo mejor ¿a qué escuelas hay que ir
para aprender amar, a soñar, o simplemente a morir?
Vivimos, o creemos que
vivimos, entre brumas, tendemos a encorchar todo, hasta las ganas que yacen sin
ganas, o el aliento que se queda sin suspiro. Yo no, mis plazas son tan
limitadas, como la libertad infinita del crear por el crear, porque después de
parir la idea, queda el retoño, allí escondido en el folio, a oscuras, indefenso de los depredadores.
Pero a pesar, de poder ser devorado, su sombra hace figuras en el atardecer de
cada uno, y eso, es lo que importa, el acto creativo…
Esta vida no se enseña,
no hay academias que recojan lágrimas, para poder venderlas a buen precio, los
sueños caminan desnudos, frioleros, como el temblor del sediento en el
desierto.
Este mini taller de dos
minutos que es lo que cualquier persona tarda en leer estas letras, viene a ser
un compendio de lo que no se puede aprender, igual que la poesía es una
libertad absoluta del que la escribe, y su ventana hacia el mundo que vaga al
límite de todo, de su todo. No se puede oprimir, ni aprender, sólo se viven.
No, no hay escuelas, para enseñar a sentir, ni a morir, porque cada vez que una
palabra queda bien hilvanada en la manta del texto, o poema, te abriga el alma,
y de cierta manera la poética es una forma de morir y renacer, dejarse la carne
y la sangre, el instante, la mirada, la sordera del ciego, o la nebulosa del
sordo. No, no existen esas escuelas, sólo el valor de mirarse al espejo de cada
uno, y contemplar su figura, sus miles de reflejos, la esbeltez, las ganas, la
lucha.
Mis plazas son
limitadas, posiblemente para muy pocos, tan pocos, como que el acto creativo
queda en la más absoluta soledad, pero fíjense, libre, como el gorrión que
surca los cielos con sus sueños entre las plumas… libre.
Raquel Viejobueno
Eres un lujazo de amiga, Raquel.
ResponderEliminarUn beso y mi cariño.
Gracias Antonio. Muchos abrazos.
ResponderEliminarHermosa prosa poética Raquel, te felicito, cariños de Marianela.
ResponderEliminarAbrazos Marianela. Gracias por tus palabras.
ResponderEliminar