lunes, 2 de diciembre de 2013

Taller, Cómo aprender a morir. Plazas limitadas.



Heme aquí acurrucada en el asombroso momento de no entender. Y esto no es otra cosa, sino la avaricia ávida de ganas de nutrirse, la que llama a la puerta. No pienso abrir, hace años quedé sin forma de poder, ni siquiera entrever dichas aperturas, donde sin celo, y sin dueño, me parecían sólo alfombras rugosas, y poco visibles. ¿Cómo medir, o cómo enseñar la dicha de vivir? ¿Cómo se mide un sentimiento?, ¿cómo se pesa una diminuta gota de agua, que puede llegar inundar la soledad y la desazón, o quitarte la sed de la vida? Y lo mejor ¿a qué escuelas hay que ir para aprender amar, a soñar, o simplemente a morir?
Vivimos, o creemos que vivimos, entre brumas, tendemos a encorchar todo, hasta las ganas que yacen sin ganas, o el aliento que se queda sin suspiro. Yo no, mis plazas son tan limitadas, como la libertad infinita del crear por el crear, porque después de parir la idea, queda el retoño, allí escondido en el folio,  a oscuras, indefenso de los depredadores. Pero a pesar, de poder ser devorado, su sombra hace figuras en el atardecer de cada uno, y eso, es lo que importa, el acto creativo…
Esta vida no se enseña, no hay academias que recojan lágrimas, para poder venderlas a buen precio, los sueños caminan desnudos, frioleros, como el temblor del sediento en el desierto. 
Este mini taller de dos minutos que es lo que cualquier persona tarda en leer estas letras, viene a ser un compendio de lo que no se puede aprender, igual que la poesía es una libertad absoluta del que la escribe, y su ventana hacia el mundo que vaga al límite de todo, de su todo. No se puede oprimir, ni aprender, sólo se viven. No, no hay escuelas, para enseñar a sentir, ni a morir, porque cada vez que una palabra queda bien hilvanada en la manta del texto, o poema, te abriga el alma, y de cierta manera la poética es una forma de morir y renacer, dejarse la carne y la sangre, el instante, la mirada, la sordera del ciego, o la nebulosa del sordo. No, no existen esas escuelas, sólo el valor de mirarse al espejo de cada uno, y contemplar su figura, sus miles de reflejos, la esbeltez, las ganas, la lucha.
Mis plazas son limitadas, posiblemente para muy pocos, tan pocos, como que el acto creativo queda en la más absoluta soledad, pero fíjense, libre, como el gorrión que surca los cielos con sus sueños entre las plumas… libre.

Raquel Viejobueno

4 comentarios:

Su comentaro está pendiente de revisión. Muchas gracias por su intervención.